sábado, 4 de agosto de 2007

LUCEROS

La reina, custodiada por mil galeones armados, con sus relucientes escudos, velan celosos, la divinidad de su hermosura.

Y así, cuando el manto azul refugia al halo, dueño de la mañana, concede manto rojo a su privilegiada.

Pero cada día, a su antojo, el azar decide al afortunado que haga permanecer intacta la blanca nobleza de su soberana, impasible ante los enemigos que pretendan boicotear su velada.

Ni el más gallardo renuncia a resistirse a sus exquisitos encantos, pues sus mayores retractores se ven sorprendidos cuando los cantos de sirena prenden a su presa.

Y cuando al final se decide dar el beso mortal a su caballero, el rey toma aposento en su eterno retorno, desterrándola de día, clamando su vuelta a la noche.